lunes, 22 de marzo de 2010

Documento de Puebla

La Evangelización tiene una universalidad sin fronteras: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda creatura» (Mc 16, 15). La Iglesia, depositaria de la Buena Nueva y evangelizadora comienza por evangelizarse a sí misma. Este mandato del Señor, del que son depositarios todos los cristianos, motiva un esfuerzo común, impulsado por el Espíritu Santo a dar testimonio de nuestra esperanza «ante todas las gentes». Frente a la responsabilidad de la Evangelización, la Iglesia Católica se abre a un diálogo de comunión, buscando áreas de participación para el anuncio universal de la salvación. Esto supone que Evangelización y Diálogo están íntimamente relacionados. Las áreas de intercambio que se abren ante la Iglesia son muchas y variadas, pero aquí, conforme al Concilio y a la Encíclica Ecclesiam Suam, las hemos concretado a tres: los cristianos no católicos; los no cristianos; los no creyentes.

El Continente latinoamericano fue evangelizado en la Fe católica desde el descubrimiento. Esto constituye un rasgo fundamental de identidad y unidad del Continente y, a la vez, una tarea permanente. Por diversas causas se aprecia hoy un creciente pluralismo religioso e ideológico.

Criterios doctrinales

Evangelización y diálogo. En toda evangelización resuena la palabra de Cristo, que es a su vez Palabra del Padre. Esta palabra busca la respuesta de fe. Pero también la misma palabra, proclamada por la Iglesia, quiere entrar en fecundo intercambio con las manifestaciones religiosas y culturales que caracterizan nuestro mundo pluralista de hoy. Esto es el diálogo, que tiene siempre un carácter testimonial, en el máximo respeto de la persona y de la identidad del interlocutor. El diálogo tiene sus exigencias de lealtad e integridad por ambas partes. No se opone a la universalidad de la proclamación del Evangelio, sino que la completa por otra vía y salva siempre la obligación que incumbe a la Iglesia de compartir el Evangelio con todos. Es oportuno recordar aquí que precisamente en el ámbito de la misión nació, en el siglo pasado, por la gracia del Espíritu Santo, la preocupación ecuménica; no se puede predicar un Cristo dividido.

Siendo esto así, la Iglesia en el Concilio impulsa a pastores y fieles a que «reconociendo los signos de los tiempos participen diligentemente en la labor ecuménica», a fin de «promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos», «uno de los principales propósitos del Concilio» (UR 4).

Respecto del judaísmo, el Vaticano II «recuerda el vínculo con que el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham» y por ello «quiere fomentar y recomendar el mutuo reconocimiento y aprecio» (NA 4) entre los fieles de ambas religiones.

La voluntad salvífica universal de Dios alcanza a todos los hombres; la Iglesia está persuadida de que habiendo Cristo muerto por todos y siendo una sola la vocación última del hombre, es decir, divina, el Espíritu Santo ofrece a todos las posibilidades de ser asociados de modo solamente conocido por Dios al misterio pascual. Siendo la fe personal un acto libre, es menester que la Iglesia, dialogante, se aproxime a los no creyentes con el mayor respeto de su libertad personal, procurando comprender sus motivaciones y razones. La no creencia, por lo demás, constituye una interpelación y un reto a la fidelidad y autenticidad de los creyentes y de la Iglesia.

Aspectos pastorales

Fomentar una actitud más sencilla, humilde y autocrítica en la Iglesia y en los cristianos como condición para un diálogo religioso fecundo.
Promover en los diversos niveles y sectores en que el diálogo se establece, un compromiso común decidido en la defensa y promoción de los derechos fundamentales de todo el hombre y de todos los hombres, especialmente de los más necesitados, colaborando en la edificación de una nueva sociedad más justa y más libre.
Procurar la adecuada exposición de la doctrina católica, que ofrezca una justa «jerarquía de verdades» (UR 11) y una respuesta válida a los planteamientos que le vienen de la situación concreta latinoamericana. Procurar igualmente la educación, formación e información necesarias en orden al ecumenismo y al diálogo religioso en general, particularmente a los agentes de pastoral.

Promover, en perspectiva ecuménica, un testimonio común a través de: oración, semana por la unidad, acción bíblica conjunta, grupos de estudio y reflexión y en donde sea posible comisiones y consejos interconfesionales, a diversos niveles.
Estudiar diligentemente el fenómeno de los «movimientos religiosos libres» y las causas que motivan su rápido crecimiento, para responder en nuestras comunidades eclesiales a los anhelos y planteamientos a los cuales dichos movimientos buscan dar una respuesta, tales como liturgia viva, fraternidad sentida y activa participación misionera.

Propiciar el diálogo religioso con los judíos teniendo presente los principios y puntos contenidos en las «orientaciones y sugerencias para la aplicación de la Declaración Nostra Aetate»
Informar y orientar a nuestras comunidades, en base a un lúcido discernimiento, acerca de las formas religiosas o para -religiosas arriba mencionadas y las distorsiones que encierran para la vivencia de la fe cristiana.
Activar una presencia más decidida en los centros donde se generan las vigencias culturales y de donde emergen los nuevos protagonismos. En este sentido se hace necesaria una pastoral orgánica de la cultura, del movimiento de los trabajadores y de la juventud.

Tomar conciencia de la realidad y extensión del fenómeno de la no creencia, con miras a la purificación de la fe de los creyentes; a la coherencia entre fe y vida y a la colaboración «en verdadera paz, para la edificación del mundo» (GS 92).
Finalmente, considerar la dimensión ecuménica, así como la apertura al diálogo con el mundo no cristiano y de la no -creencia, más que como tareas sectoriales, como una perspectiva global del quehacer evangelizador.

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